domingo, 13 de abril de 2008

ESPEJITO, ESPEJITO...


Creo que China a veces es como un enorme espejo: nos vemos en él, pero no nos gusta lo que vemos. Exagera y distorsiona hasta cierto punto nuestros males: ese pequeño grano en la nariz, nuestra contaminación; la cicatriz del pleito infantil, sistemas políticos demasiado imperfectos y corruptos; la protuberancia de la caída de la bicicleta, economías excesivamente desiguales y discriminatorias… Lo que está ante nuestros ojos es horrible, no hay nada peor. En lugar de hacer algo por y para nosotros, mejorar nuestro entorno, nos dedicamos a ordenar a los otros que lo mejoren.
Nos resulta cómodo, hasta nos sentimos bien, porque hacemos lo que consideramos que es nuestra obligación moral: catequizar, educar, enseñar, entrenar a los herejes, carentes de alma y de civilización. La gran misión de nuestra vida es, de ser necesario, obligar a hacerlo como nosotros… ¡Faltaba más! Están condenados, pero no lo saben. Es preciso salvarlos.
En fin, China es el pretexto para que podamos dormir bien. También la justificación de muchos de nuestros desvelos, sobre todo de los que se han visto afectados por las desquiciantes transformaciones chinas.
Espejito, espejito… ¿Quién soy el que no viola los derechos humanos? ¿Quién soy el que doy todas las maravillas modernas a las minorías? ¿Quién soy el que no tiene colonias, ni Estados asociados, ni nada parecido y si los tengo les voy a permitir la independencia? ¿Quién soy el que no tiene negocios turbios y tampoco usa la política para que se enriquezcan mis amigos y familiares?
Algunos solamente tienen acceso a la historia si son integrados a ella.
Incluso un espejo complaciente, aun con preguntas preñadas de respuestas, tendrá que dar otra imagen.